Os dejamos una opinión muy interesante, y que compartimos completamente, de Patricia Ramírez (psicóloga de la salud y del deporte - @Patri_Psicologa):
“Me siento triste cuando mi padre me regaña después del partido. Me
dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un jugador
de Primera División, que fallo en los pases porque me falta
concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me
importara ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y
que me dedican muchas horas llevándome y recogiéndome del fútbol. A mí
me gusta jugar al fútbol, me gusta aprender cosas nuevas, dar un pase de
gol, estar con amigos, ganar, pero tampoco me importa mucho perder,
porque eso es lo que nos dice el míster. Pero últimamente ya no
disfruto, vengo a jugar los fines de semana nervioso, pensando que si no
le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde la banda, me dirá que me
mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que no sé ni por
dónde va el balón. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no
disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar”.
Son muchos los padres y madres que acompañan a sus hijos a los
partidos, competiciones y entrenamientos. Se sientan en la grada,
observan, les dan directrices y se involucran en el deporte de sus hijos
como si ellos fueran los que dirigen. Existen diferentes especímenes de
padres y madres.
Los que asumen papeles positivos. Son aquellos en los que el interés del padre está en que su hijo disfrute de lo que hace.
El padre taxista. Acompaña a su hijo, le deja en el
entrenamiento, le recoge. Suele ser un padre al que los deportes le
gustan bastante poco, pero le interesa que su hijo sea feliz.
El padre positivo. Anima, refuerza, se preocupa por
cómo han ido los partidos. Le transmite entusiasmo sin presión. Felicita
al chaval por el mero hecho de jugar y entrenar.
El padre involucrado. Le gusta participar en las
decisiones y propuestas del club. Se interesa por la formación de los
chavales o porque el centro obtenga ingresos. Este tipo de padres son
activos en la divulgación de valores en el club y participan con
cualquier acción que pueda mejorarlo.
Existen otros papeles, los negativos. Son aquellos en los que el
comportamiento del padre influye negativamente en su hijo, generándole
presión, exigiendo resultados y poniendo unas expectativas por encima de
lo que el entrenador o el club esperan del niño.
El padre pesado. Se pasa todo el día hablando de lo
bien que juega, nada o corre su hijo y de que apunta maneras. No
presiona directamente al niño, pero sin querer le traslada que su valor
como chaval está en el juego.
El padre entrenador. Grita directrices desde la
banda, corrige a su hijo cuando se monta en el coche, incluso
contradiciendo las indicaciones del entrenador. Genera confusión en el
niño, que por un lado tiene una idea de juego que el profesional trata
de inculcarle, y por otro, la versión de su padre o madre. En deportes
como la natación, este padre está en la grada paseando de punta a punta
de la piscina, cronómetro en mano, midiendo tiempos y apuntando en una
libreta. No es de recibo crear presión en el niño con distintos
mensajes. ¿A quién cree que debería obedecer su hijo?
El padre que se cree Cholo Simeone. Trata de
motivar, transmitir garra, le pide al hijo que se entregue, que se
esfuerce, que se deje la piel en la cancha, que trabaje, que compita
como si se le fuera la vida en ello. Pero olvida algo muy importante: ni
su hijo es un jugador de Primera División que tenga que ganarse la vida
jugando ni él es el entrenador del Atlético de Madrid. Solo consigue
que su hijo pierda de vista los valores que le transmite el club, donde
normalmente prevalece la generosidad por encima de la individualidad,
disfrutar y aprender por encima de los resultados, y el juego limpio por
encima de competir a cualquier precio.
El padre que resta en todos los sentidos. Da gritos
desde la grada, desacredita al míster, le dice a su hijo que no entiende
por qué él no juega cuando sus compañeros son peores que él, se
comporta de forma grosera con el rival, insulta al árbitro y otras
impertinencias más. Es el padre del que cualquier hijo se sentiría
avergonzado.
Los motivos por los que los padres pierden los papeles son diversos.
Muchos esperan que sus hijos les saquen de pobres convirtiéndose en
Nadales o Cristianos. Otros desean que su hijo gane todo porque sus
victorias son sus propios éxitos, es la manera de sentirse orgullosos
del chaval y presumir de él delante de sus amigos y en el trabajo. Otros
proyectan la vida que ellos no pudieron tener. Otros no tienen ningún
autocontrol. No lo tienen en el partido de sus hijos, ni cuando
conducen, ni cuando se dirigen a las personas. Y por últimos están los
que cruzan los límites sencillamente porque no tiene consecuencias.
Saben que está mal, pero su mala educación o ausencia de valores les
hace comportarse como personas poco cívicas y desconsideradas.
El valor está en hacer deporte, porque es una conducta saludable,
pero sobre todo en ser capaces de divertirse y relacionarse con los
amigos. Lo demás no importa. Si no le presiona para que se supere con la
consola de videojuegos, ¿por qué lo hace cuando va a los partidos? En
el momento en el que la palabra jugar pierde valor –“jugar al
baloncesto”, “jugar al fútbol”, “jugar al tenis”–, su hijo dejará de
disfrutar y no querrá seguir yendo.
Si es padre o madre, recuerde, por favor, que es un modelo de
conducta para su hijo y para sus compañeros de equipo. A los hijos les
gusta sentirse orgullosos de sus padres y, en cambio, lo pasan
terriblemente mal cuando se les avergüenza. Ser modelo de conducta
conlleva mucha responsabilidad, porque sus hijos copian lo que ven en
usted. Y su forma de comportarse debe ser la ejemplar para que facilite
el aprendizaje de una serie de valores que acompañan al deporte.
Si como padre o madre desea sumar, tenga en cuenta el siguiente decálogo:
1. Recuerde el motivo por el que su hijo hace
deporte. El principal es porque le gusta. Existen otros, como practicar
una conducta sana, estar con amigos o socializarse. El objetivo no es
ganar.
2. Comparta los mismos valores que el club. Busque un centro deportivo afín a su filosofía de vida.
3. No dé órdenes. Solo apóyele, gane o pierda, juegue bien o cometa errores.
4. No le obligue a entrenar más, ni a hacer
ejercicios al margen de sus entrenamientos. Su hijo no es una estrella,
es un niño. Aunque tenga talento, puede que no quiera elegir el deporte
como profesión y solo lo practique por diversión.
5. No presione, ni dé directrices, ni grite, ni
increpe, ni maldiga; no haga gestos que demuestren a su hijo que se
siente decepcionado por su juego.
6. Respete a todas las figuras que participan en la comunidad deportiva: entrenador, árbitros, otros técnicos, jardineros…
7. Controle sus emociones. No se puede verbalizar
todo lo que pasa por la mente. Las personas educadas no muestran
incontinencia verbal.
8. Nunca hable mal de sus compañeros. Los otros
niños forman parte del equipo. El objetivo grupal siempre está por
encima del individual. Y hablar mal de sus colegas es hablar mal de la
gente con la que comparte valores, emociones y un proyecto común.
9. Modifique su manera de animar. No se trata de corregir al niño, sino de reforzarlo.
10. No inculque expectativas falsas a su chaval,
como decirle que es un campeón, que es el mejor y que si se esfuerza
podrá llegar donde quiera.
La felicidad de los niños está por encima de todo. Siéntase siempre
satisfecho con lo que haga, gane, pierda o cometa errores. Felicítele
por participar más que por competir. Y recuerde que su hijo hace deporte
para divertirse él, no para que lo haga usted.